viernes, 31 de octubre de 2008

Breve Guía de Trabajo

A partir de la lectura del Capítulo Seis del libro "ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO" (transcrito a continuación), re-elaboro e interpreto la metáfora de Zanco Panco y respondo en una cuartilla la siguiente pregunta:

¿Qué o quien está representado en la figura del huevo tambaleante en el capítulo seis de este texto?

Describe brevemente el capítulo y anota luego la posible respuesta.

La totalidad del texto de LEWIS CARROL se puede descargar y leer en:

http://biblioteca.vitanet.cl/colecciones/800/820/823/aliciatravesdelespejo.pdf

¿Quién es Zanco Panco?



Zanco Panco o Humpty Dumpty es un personaje en una rima infantil de Mamá Ganso, creado en Inglaterra. Es representado como un huevo antropomórfico.
La rima original, de 1810, no menciona que Humpty Dumpty es un huevo. De hecho, la rima es un acertijo, y se aprovecha de que el vocablo Humpty Dumpty, en jerga inglesa de la época, se refería a una persona torpe y pequeña. La clave del acertijo yacía en el hecho de que una persona torpe no iba necesariamente a sufrir daños irreparables de una caída, pero un huevo sí. La rima ya no es utilizada como un acertijo, ya que la respuesta es ampliamente conocida.
Humpty Dumpty ha sido retomado en muchas obras artísticas posteriores. La más famosa es quizás "Alicia a través del Espejo", de Lewis Carroll, de finales del siglo XX. En la obra, Humpty discute semántica y pragmatismo con la heroína Alicia, y le explica, a su manera, el significado de las palabras extrañas del poema Jabberwocky. También da título a un tema de jazz del pianista norteamericano Chick Corea. También es el tema central de una canción de Travis, llamada "The Humpty Dumpty Love Song", además de ser también el título de un capítulo de la serie "House".

ZANCO PANCO



Sin embargo, lo único que le ocurrió al huevo es que se iba
haciendo cada vez mayor y más y más humano: cuando Alicia llegó a unos metros
de donde estaba pudo observar que tenía ojos, nariz y boca; y cuando se hubo
acercado del todo vio claramente que se trataba nada menos que del mismo Humpty
Dumpty. -¡No puede ser nadie más que él! --pensó Alicia. -¡Estoy tan segura como
si llevara el nombre escrito por toda la cara!
Tan enorme era aquella cara, que con facilidad habría podido llevar su nombre
escrito sobre ella un centenar de veces. Humpty Dumpty estaba sentado con las
piernas cruzadas, como si fuera un turco, en lo alto de una pared... pero era
tan estrecha que Alicia se asombró de que pudiese mantener el equilibrio sobre
ella... y como los ojos los tenía fijos, mirando en la dirección contraria a
Alicia, y como todo él estaba ahí sin hacerle el menor caso, pensó que, después
de todo, no podía ser más que un pelele.
-¡Es la mismísima imagen de un huevo; -dijo Alicia en voz alta, de pie delante
de él y con los brazos preparados para cogerlo en el aire, tan segura estaba de
que se iba a caer de un momento a otro.
-¡No te fastidia...! -dijo Humpty Dumpty después de un largo silencio y cuidando
de mirar hacia otro lado mientras hablaba; -¡qué lo llamen a uno un huevo...!,
¡es el colmo!
-Sólo dije, señor mío, que usted se parece a un huevo -explicó Alicia muy
amablemente-y ya sabe usted que hay huevos que son muy bonitos -añadió esperando
que la inconveniencia que habia dicho pudiera pasar incluso por un cumplido.
-¡Hay gente-sentenció Humpty Dumpty mirando hacia otro lado, como de costumbre -
que no tiene más sentido que una criatura!
Alicia no supo qué contestar a ésto: no se parecía en absoluto a una
conversación, pensó, pues no le estaba diciendo nada a ella; de hecho, este
último comentario iba evidentemente dirigido a un árbol... así que quedándose
donde estaba, recitó suavemente para sí:
Tronaba Humpty Dumpty desde su alto muro; mas cayóse un día,
¡y sufrió un gran apuro! Todos los caballos del Rey, todos los hombres del Rey,
¡ya nunca más pudieron a Humpty Dumpty sobre su alto muro tronando ponerle otra
ver!
-Esa última estrofa es demasiado larga para la rima -añadió, casi en voz alta,
olvidándose de que Humpty Dumpty podía oírla.
-No te quedes ahi charloteando contigo misma -recriminó Humpty Dumpty, mirándola
por primera vez-dime más bien tu nombre y profesión.
-Mi nombre es Alicia, pero... -¡Vaya nombre más estúpido! -interrumpió Humpty
Dumpty con impaciencía. -¿Qué es lo que quiere decir?
-¿Es que acaso un nombre tiene que significar necesariamente algo? --preguntó
Alicia, nada convencida.
-¡Pues claro que sí! -replicó Humpty Dumpty soltando una risotada: -El mío
significa la forma que tengo... y una forma bien hermosa que se es. Pero con ese
nombre que tienes, ¡podrías tener prácticamente cualquier forma!
-¿Por qué está usted sentado aquí fuera tan solo? -dijo Alicia que no quería
meterse en discusiones.
-¡Hombre! Pues por que no hay nadie que esté conmigo -exclamó Humpty Dumpty. -
¿Te creiste acaso que no iba a saber responder a eso? Pregunta otra cosa.
-¿No cree usted que estaría más seguro aqui abajo, con los pies sobre la tierra?
-continuó Alicia, no por inventar otra adivinanza sino simplemente porque estaba
de verdad preocupada por la extraña criatura. -¡Ese muro es tan estrecho!
-¡Pero qué adivinanzas tan tremendamente fáciles que me estás proponiendo! -
gruñó Humpty Dumpty.
-¡Pues claro que no lo creo! Has de saber que si alguna vez me llegara
a caer... lo que no podría en modo alguno suceder... pero caso de que
ocurriese... -y al llegar a este punto frunció la boca en un gesto tan solemne y
fatuo que Alicia casi no podía contener la risa. -Pues suponiendo que yo llegara
a caer -continuó- el Rey me ha prometido..., ¡ah! ¡Puedes palidecer si te pasma!
¡a que no esperabas que fuera a decir una cosa así, eh? Pues el Rey me ha
prometido..., por su propia boca..., que..., que...
-Que enviará a todos sus caballos y a todos sus hombres -interrumpió Alicia, muy
poco oportuna.
-¡Vaya! ¡No me faltaba más que esto! -gritó Humpty Dumpty súbitamente muy
enfadado. -¡Has estado escuchando tras las puertas..., escondida detrás de los
árboles..., por las chimeneas..., o no lo podrias haber sabido!
-¡Desde luego que no! -protestó Alicia, con suavidad. -Es que está escrito en un
libro.
-¡Ah, bueno! Es muy posible que estas cosas estén escritas en algún libro -
concedió Humpty Dumpty, ya bastante sosegado. -Eso es lo que se llama una
Historia de Inglaterra, más bien. Ahora, ¡mírame bien! Contempla a quien ha
hablado con un Rey: yo mismo. Bien pudiera ocurrir que nunca vieras a otro como
yo; y para que veas que a pesar de eso no se me ha subido a la cabeza, ¡te
permito que me estreches la mano!
Y en efecto, se inclinó hacia adelante (y por poco no se cae del muro al
hacerlo) y le ofreció a Alicia su mano, mientras la boca se le ensanchaba en una
amplia sonrisa que le recorría la cara de oreja a oreja. Alicia le tomó la mano,
pero observándolo todo con mucho cuidado: -Si sonriera un poco más pudiera
ocurrir que los lados de la boca acabasen uniéndose por detrás -pensó- y
entonces, ¡qué no le sucedería a la cabeza! ¡Mucho me temo que se le
desprendería!
-Pues sí señor, todos sus caballos y todos sus hombres -continuó impertérrito
Humpty Dumpty -me recogerían en un periquete y me volverían aquí de nuevo, ¡así
no más! Pero..., esta conversación está discurriendo con excesiva rapidez:
volvamos a lo penúltimo que dijimos.
-Me temo que ya no recuerdo exactamente de qué se trataba -señaló Alicia, muy
cortésmente.
-En ese caso, cortemos por lo sano y a empezar de nuevo -zanjó la cuestión
Humpty Dumpty-y ahora me toca a mí escoger el tema... (Habla como si se tratase
de un juego-pensó Alicia)... así que he aquí una pregunta para ti: ¿qué edad me
dijiste que tenías?
Alicia hizo un pequeno cálculo y contestó: -Siete años y seis meses.
-¡Te equivocaste! -exclamó Humpty Dumpty, muy ufano. -¡Nunca me dijiste nada
semejante!
-Pensé que lo que usted quería preguntarme era más bien «¿qué edad tiene?» -
explicó Alicia.
-Si hubiera querido decir eso, lo habría dicho, ¡ea! -replicó Humpty Dumpty.
Alicia no quiso ponerse a discutir de nuevo, de forma que no respondió nada.
-Siete años y seis meses... -repetía Humpty Dumpty, cavilando. -Una edad bien
incómoda. Si quisieras seguir mi consejo te diría «deja de crecer a los
siete»..., pero ya es demasiado tarde.
-Nunca se me ha ocurrido pedir consejos sobre la manera de crecer --respondió
Alicia, indignada.
-¿Demasiado orgullosa, eh? -se interesó el otro. Alicia se sintió aún más
ofendida por esta insinuación. -Quiero decir -replicó- que una no puede evitar
el ir haciéndose más vieja.
-Puede que una no pueda -le respondió Humpty Dumpty -pero dos, ya podrán. Con
los auxilios necesarios podrías haberte quedado para siempre en los siete años.
-¡Qué hermoso cinturón tiene usted! -observo Alicia súbitamente (pues pensó que
ya habían hablado más que suficientemente del tema de la edad; y además, si de
verdad iban a turnarse escogiendo temas, ahora
le tocaba a ella). -Digo más bien... -se corrigió pensándolo mejor-qué hermosa
corbata, eso es lo que quise decir...no, un cinturón, me parece... ¡Ay, mil
perdones: no sé lo que estoy diciendo! -añadió muy apurada al ver que a Humpty
Dumpty le estaba dando un ataque irremediable de indignación, y empezó a desear
que nunca hubiese escogido ese tema. -¡Si solamente supiera -concluyó para sí
mismacual es su cuello y cuál su cintura!
Evidentemente, Humpty Dumpty estaba enfadadísimo, aunque no dijo nada durante un
minuto o dos. Pero cuando volvió a abrir la boca fue para lanzar un bronco
gruiñido.
-¡Es... el colmo... del fastidio -pudo decir al fin-esto de que la gente no sepa
distinguir una corbata de un cinturón!
-Sé que revela una gran ignorancia por mi parte -confesó Alicia con un tono de
voz tan humilde que Humpty Dumpty se apiadó.
Es una corbata, niña; y bien bonita que es, como tu bien has dicho. Es un regalo
del Rey y de la Reina. ¿Qué te parece eso?
-¿De veras? -dijo Alicia encantada de ver que había escogido después de todo un
buen tema.
-Me la dieron -continuó diciendo Humpty Dumpty con mucha prosopopeya, cruzando
un pierna sobre la otra y luego ambas manos por encima de una rodilla-me la
dieron... como regalo de incumpleaños.
-¿Perdón? -le preguntó Alicia con un aire muy intrigado. -No estoy ofendido -le
aseguró Humpty Dumpty. -Quiero decir que, ¿qué es un regalo de incumpleaños? -
Pues un regalo que se hace en un día que no es de cumpleanos, naturalmente.
Alicia se quedó considerando la idea un poco, pero al fin dijo: -Prefiero los
regalos de cumpleanos.
-¡No sabes lo que estás diciendo! -gritó Humpty Dumpty-. -A ver: ¿cuántos días
tiene el año?
-Trescientos sesenta y cinco -respondió Alicia. -¿Y cuántos días de cumpleaños
tienes tú?
-Uno. -Bueno, pues si le restas uno a esos trescientos sesenta y cinco días,
¿cuántos te quedan?
-Trescientos sesenta y cuatro, naturalmente. Humpty Dumpty no parecía estar muy
convencido de este cálculo. -Me gustaría ver eso por escrito -dijo.
Alicia no pudo menos de sonreir mientras sacaba su cuaderno de notas y escribia
en él la operación aritmética en cuestión:
365
-1 --364
Humpty Dumpty tomó el cuaderno y lo consideró con atención. -Sí, me parece que
está bien... -empezó a decir.
-Pero, ¡si lo está leyendo al revés! -interrumpió Alicia. -¡Anda! Pues es
verdad, ¿quién lo habría dicho? -admitió Humpty Dumpty con jovial ligereza
mientras Alicia le daba la vuelta al cuaderno. -Ya decía yo que me parecía que
tenía un aspecto algo rarillo. Pero en fin, como estaba diciendo, me parece que
está bien hecha la resta... aunque, por supuesto no he tenido tiempo de
examinarla debidamente... pero, en todo caso, lo que demuestra es que hay
trescientos sesenta y cuatro días para recibir regalos de incumpleaños...
-Desde luego -asintió Alicia. -¡Y sólo uno para regalos de cumpleaños! Ya ves.
¡Te has cubierto de gloria!
-No sé qué es lo que quiere decir con eso de la «gloria» -observó Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente. -Pues claro que no..., y no lo sabrás
hasta que te lo diga yo. Quiere decir que «ahí te he dado con un argumento que
te ha dejado bien aplastada».
-Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado» -
objetó Alicia. Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de
voz más bien desdeñoso-quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni
menos.
-La cuestión -insistió Alicia-es si se puede hacer que las palabras signifiquen
tantas cosas diferentes.
-La cuestión -zanjó Humpty Dumpty-es saber quién es el que manda..., eso es
todo.
Alicia se quedó demasiado desconcertada con todo esto para decir nada; de forma
que tras un minuto Humpty Dumpty empezó a hablar de nuevo: -Algunas palabras
tienen su genio... particularmente los verbos..., son los más creídos..., con
los adjetivos se puede hacer lo que se quiera, pero no con los verbos..., sin
embargo, ¡yo me las arreglo para tenerselas tiesas a todos ellos!
¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo siempre digo.
-¿Querría decirme, por favor -rogó Alicia-qué es lo que quiere decir eso?
-Ahora sí que estás hablando como una niña sensata -aprobó Humpty Dumpty, muy
orondo. -Por «impenetrabilidad» quiero decir que ya basta de hablar de este tema
y que más te valdría que me dijeras de una vez qué es lo que vas a hacer ahora
pues supongo que no vas a estar ahí parada para el resto de tu vida.
-¡Pues no es poco significado para una sola palabra! -comentó pensativamente
Alicia.
Cuando hago que una palabra trabaje tanto como esa explicó Humpty Dumpty-siempre
le doy una paga extraordinaria.
-¡Oh! Dijo Alicia. Estaba demasiado desconcertada con todo esto como para hacer
otro comentario.
-¡Ah, deberías de verlas cuando vienen a mi alrededor los sábados por la noche!
-continuó Humpty Dumpty.
-A por su paga, ya sabes... (Alicia no se atrevió a preguntarle con qué las
pagaba, de forma que menos podría decíroslo yo a vosotros.)
-Parece usted muy ducho en esto de explicar lo que quieren decir las palabras,
señor mío -dijo Alicia-así que, ¿querría ser tan amable de explícarme el
significado del poema titulado «Galimatazo»?
-A ver, oigámoslo -aceptó Humpty Dumpty-soy capaz de explicar el significado de
cuantos poemas se hayan inventado y también el de otros muchos que aún no se han
inventado.
Esta declaración parecía ciertamente prometedora, de forma que Alicia recitó la
primera estrofa:
Brillaba, brumeando negro, el sol, agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas, mimosos se fruncían los borogobios mientras
el momio rantas murgiflaba.
-Con eso basta para empezar-interrumpió Humpty Dumpty-que ya tenemos ahí un buen
montón de palabras difíciles: eso de que «brumeaba negro el sol» quiere decir
que eran ya las cuatro de la tarde..., porque es cuando se encienden las brasas
para asar la cena. -Eso me parece muy bien -aprobó Alicia-pero, ¿y lo de los
«agiliscosos»?
-Bueno, verás: «agiliscosos» quiere decir «ágil y viscoso», ¿comprendes? es como
si se tratara de un sobretodo..., son dos significados que envuelven a la misma
palabra.
-Ahora lo comprendo -asintió Alicia, pensativamente. -Y, ¿qué son los
«limazones»?
-Bueno, los «limazones» son un poco como los tejones..., pero también se parecen
un poco a los lagartos..., y también tienen un poco el aspecto de un
sacacorchos...
-Han de ser unas criaturas de apariencia muy curiosa. -Eso sí, desde luego -
concedió Humpty Dumpty-también hay que
señalar que suelen hacer sus madrigueras bajo los relojes de sol..., y también
que se alimentan de queso.
Y, ¿qué es «giroscar» y «banerrar»? -Pues «giroscar» es dar vueltas y más
vueltas, como un giroscopio; y «banerrar» es andar haciendo agujeros como un
barreno.
-Y la «vápara», ¿será el césped que siempre hay alrededor de los relojes de sol,
supongo? -dijo Alicia, sorprendida de su propio ingenio. -¡Pues claro que sí!
Como sabes, se llama «vápara» porque el césped ese va para adelante en una
dirección y va para atrás en la otra.
-Y va para cada lado un buen trecho también -añadió Alicia. -Exactamente, así
es. Bueno, los «borogobios» son una especie de pájaros desaliñados con las
plumas erizadas por todas partes..., una especie de estropajo viviente. Y en
cuanto a que se «fruncian mimosos», también puede decirse que estaban
«fruncimosos», ya ves, otra palabra con sobretodo.
-¿Y el «momio» ese que «murgiflaba rantas»? -preguntó Alicia. -Me parece que le
estoy ocasionando muchas molestias con tanta pregunta. -Bueno, las «rantas» son
una especie de cerdo verde; pero respecto a los «momios» no estoy seguro de lo
que son: me parece que la palabra viene de «monseñor con insomnio», en fin, un
verdadero momio.
-Y entonces, ¿qué quiere decir eso de que «murgiflaban»? -Bueno, «murgiflar» es
algo así como un aullar y un silbar a la vez, con una especie de estornudo en
medio; quizás llegues a oír como lo hacen alguna vez en aquella floresta..., y
cuando te haya tocado oírlo por fin, te bastará ciertamente con esa vez. ¿Quién
te ha estado recitando esas cosas tan dificiles?
-Lo he leído en un libro -explicó Alicia. -Pero también me han recitado otros
poemas mucho más fáciles que ese; creo que fue Tweedledee..., si no me equivoco.
-¡Ah! En cuanto a poemas -dijo Humpty Dumpty, extendiendo elocuentemente una de
sus grandes manos-yo puedo recitar tan bien como cualquiera, si es que se trata
de eso...
-¡Oh, no es necesario que se trate de eso! -se apresuró a atajarle
Alicia, con la vana esperanza de impedir que empezara. -El poema que voy a
recitar -continuó sin hacerle el menor caso-fue escrito especialmente para
entretenerte.
A Alicia le parecío que en tal caso no tenía más remedio que escuchar; de forma
que se sentó y le dio unas «gracias» más bien resignadas.
En invierno, cuando los campos están blancos, canto esta canción en tu loor.
-Sólo que no la canto -añadió a modo de explicación. -Ya veo que no -dijo
Alicia.
-Si tu puedes ver si la estoy cantando o no, tienes más vista que la mayor parte
de la gente -observó severamente Humpty Dumpty. Alicia se quedó callada.
En primavera, cuando verdean los bosques, me esforzaré por decirte lo que pienso
Muchísimas gracias -dijo Alicia.
En verano, cuando los días son largos a lo mejor llegues a comprenderla.
En otoño, cuando las frondas lucen castañas, tomarás pluma y papel para
anotarla.
-Lo haré si aún me acuerdo de la letra después de tanto tiempo --prometió
Alicia.
-No es necesario que hagas esos comentarios a cada cosa que digo --recriminó
Humpty Dumpty-no tienen ningún sentido y me hacen perder
el hilo...
Mandéles a los peces un recado:
«¡Qué lo hicieran ya de una vez!»
Los pequeños pescaditos de la mar mandáronme una respuesta a la par.
Los pequeños pescaditos me decían: «No podemos hacerlo, señor nuestro,
porque...» -Me temo que no estoy comprendiendo nada -interrumpió Alicia. -Se
hace más fácil más adelante -aseguró Humpty Dumpty.
Otra vez les mandé decir: «¡Será mejor que obedezcáis!»
Los pescaditos se sonrieron solapados. «Vaya genio tienes hoy», me contestaron.
Se lo dije una vez y se lo dije otra vez. Pero nada, no atendían a ninguna de
mis razones.
Tomé una caldera grande y nueva, que era justo lo que necesitaba.
La llené de agua junto al pozo y mi corazón latía de gozo.
Entonces, acercándoseme me dijo alguien: «Ya están los pescaditos en la cama».
Le respondí con voz bien clara: «¡Pues a despertarlos dicho sea!»
Se lo dije bien fuerte y alto; fui y se lo grité al oído...
Humpty Dumpty elevó la voz hasta aullar casi y Alicia pensó con un ligero
estremecimiento: -¡No habría querido ser ese mensajero por nada del mundo!
Pero, ¡qué tipo más vano y engolado! Me dijo: «¡No hace falta hablar tan alto!»
¡Si que era necio el badulaque! «Iré a despertarlos» dijo «siempre que...» Con
un sacacorchos que tomé del estante fui a despertarlos yo mismo al instante.
Cuando me encontré con la puerta atrancada, tiré y empujé, a patadas y a
puñadas.
Pero al ver que la puerta estaba cerrada intenté luego probar la aldaba...
A esto siguió una larga pausa. -¿Eso es todo? -preguntó tímidamente Alicia. -Eso
es todo -dijo Humpty Dumpty. -¡Adiós! Esto le pareció a Alicia un tanto brusco;
pero después de una indirecta tan directa, concluyó que no sería de buena
educación quedarse ahí por más tiempo. De forma que se puso en pie y le dio la
mano: -¡Adiós y hasta que nos volvamos a ver! -le dijo de la manera más jovial
que pudo.
-No creo que te reconozca ya más, ni aunque nos volvieramos a ver --replicó
Humpty Dumpty con tono malhumorado, concediéndole un
dedo para que se lo estrechara de despedida. -Eres tan exactamente igual a todos
los demás...
-Por lo general, se distingue una por la cara -señaló Alicia pensativa. -De eso
es precisamente de lo que me quejo -rezongó Humpty Dumpty. -Tu cara es idéntica
a la de los demás..., ahí, un par de ojos... (señalando su lugar en el aire con
el pulgar), la nariz, en el medio, la boca debajo. Siempre igual. En cambio, si
tuvieras los dos ojos del mísmo lado de la cara, por ejemplo..., o la boca en la
frente..., eso sí que sería diferente.
-Eso no quedaría bien -objetó Alicia. Pero Humpty Dumpty sólo cerró los ojos y
respondió: -Pruébalo antes de juzgar.
Alicia esperó un minuto para ver si iba a hablar de nuevo; pero como no volviera
a abrir los ojos ni le prestara la menor atención, le dijo un nuevo «adiós» y no
recibiendo ninguna contestación se marchó de ahí sin decir más; pero no pudo
evitar el mascullar mientras se alejaba: -¡De todos los insoportables...! -y
repitió esto en voz alta, pues le consolaba mucho poder pronunciar una palabra
tan larga -¡de todos los insoportables que he conocido, éste es desde luego el
peor! Y... -pero nunca pudo terminar la frase, porque en aquel momento algo que
cayó pesadamente al suelo sacudió con su estrépito a todo el bosque.
EL LEON Y EL UNICORNIO Il momento comenzaron a acudir soldados corriendo desde
todas partes del bosque, primero de a dos y de a tres, luego en grupos de diez y
veinte, y finalmente en cohortes tan numerosas que parecían llenar el bosque
entero. Alicia se refugió tras un árbol por miedo a que fueran a atropellarla y
estuvo así viéndolos pasar.
Pensó que nunca habia visto en toda su vida soldados de píe tan poco firme:
constantemente estaban tropezando con una cosa u otra de la manera más torpe, y
cada vez que uno de ellos daba un traspiés y rodaba por el suelo, muchos otros
más caían detrás sobre él, de forma que al poco rato todo el suelo estaba
cubierto de soldados apisados en pequeños montones.
Entonces aparecieron los caballos. Como tenían cuatro patas, se las
arreglaban mejor que los soldados; pero incluso aquellos tropezaban de vez en
cuando y a juzgar por el resultado, parecía ser una regla bien establecida la de
que cada vez que tropezaba un caballo, su jinete debía de caer al suelo en el
acto. De esta manera, la confusión iba aumentando por momentos y Alícia se
alegró mucho de poder salir del bosque, por un lugar abierto en donde se
encontró con el Rey blanco sentado en el suelo, muy atareado escribiendo en su
cuaderno de notas. -¡Los he mandado a todos! -exclamó regocíjado el Rey al ver a
Alicia. -¿Por casualidad no habrás visto a unos soldados, querida, mientras
venías por el bosque?
-Desde luego que sí -dijo Alicia-y a lo que me pareció, no habría menos de
varios miles.
-Cuatro mil doscientos siete, para ser exactos -aclaró el Rey consultando sus
notas-y no pude enviar a todos los caballos, como comprenderás, porque dos de
ellos han de permanecer al menos jugando la partida. Tampoco he enviado a los
dos mensajeros. Ambos se han marchado a la ciudad. Mira por el camino y dime,
¿alcanzas a ver a alguno de los dos?
-No..., a nadie -declaró Alicia. -¡Cómo me gustaría a mí tener tanta vista! -
exclamó quejumbroso el Rey-. ¡Ser capaz de ver a Nadie! ¡Y a esa distancia!
¡Vamos, como que yo, y con esta luz, ya hago bastante viendo a alguien!
Pero Alicia no se enteró de nada de todo esto pues seguía mirando con atención a
lo lejos por el camino, protegiéndose los ojos con la mano. --¿Ahora sí que veo
a alguien! -exclamó por fin-pero viene muy despacio..., ¡qué posturas más raras!
-pues el mensajero no hacía más que dar botes de un lado a otro y se retorcía
como una anguila a medida que avanzaba, extendiendo sus manazas a ambos lados
como si fuesen abanicos.
-Nada de raras -explicó el Rey. -Es que es un mensajero anglosajón..., y lo que
pasa es que adopta actitudes anglosajonas. Eso sólo le ocurre cuando está
contento. Se llama Haigha -nombre que pronunciaba como si se escribiera Je-ja.
Al oír esto, Alicia no pudo contenerse y empezó a jugar a las letras: --Viene un
barco cargado de H; amo a mi amor con H porque es hermoso; lo odio con H porque
es horroroso. Lo alimento de..., de..., de habas y heno. Su nombre es Haigha y
vive...
-Vive en la higuera -suplió el Rey con toda naturalidad, sin tener la menor idea
de que estaba participando en un juego, mientras Alicia se devanaba los sesos
por encontrar el nombre de una ciudad que empezase por H.
-El otro mensajero se llama Hatta. Tengo que tener a dos, ¿comprendes?, para ir
y venir: uno para ir y el otro para venir. -Le ruego que me repita eso -dijo
Alicia sorprendida.
-¡Niña: a Dios rogando y con el mazo dando! -amonestó el Rey. -Sólo quise decir
que no habia comprendido -se excusó Alicia. -¿Por qué uno para venir y otro para
ir?
-¿Pero no te lo estoy diciendo? -dijo el Rey con cierta impaciencianecesito
tener a dos..., para llevar y traer..., uno para llevar y otro para traer.
En ese momento llegó el mensajero: pero estaba demasiado extenuado y sólo podía
jadear, incapaz de pronunciar una sola palabra, agitando desordenadamente las
manos y haciéndole al Rey las muecas más pavorosas.
-Esta jovencita te ama con H -dijo el Rey presentándole a Alicia, con la
esperanza de distraer hacia ella la atención tan alarmante del mensajero...,
pero en vano..., las actitudes anglosajonas se hacían más extraordinarias por
momentos, mientras que sus grandes ojazos giraban violentamente en sus órbitas.
-¡Me estás asustando! -se quejó el Rey-siento un desmayo... ¡Dame unas habas!
Al oír esto, el mensajero, ante el regocijo de Alicia, abrió una saca que
llevaba colgada al cuello y extrajo unas cuantas, que le dio al Rey y que este
devoró con ahinco.
-¡Más habas! -ordenó el Rey. -Ya no queda más que heno -contestó el mensajero
examinando el
interior de su saca. -Pues heno, entonces -murmuró el Rey con un hilo de voz.
Alicia se tranquilizó al ver que esta vitualla parecía reanimarlo
considerablemente. -No hay como comer heno cuando se siente uno desmayar! -
comentó el Rey mientras mascaba con gusto.
-Estoy segura de que una rociada de agua fría le sentaría mucho mejor --sugirió
Alicia-o quizá unas sales volátiles...
-Yo no dije que hubiese algo mejor -replicó el Rey. -Sólo dije que no había nada
como comer -afirmación que desde luego Alicia no se atrevió a contradecir.
-¿Te encontraste con alguien por el camino? -continuó el Rey extendiendo la mano
para que el mensajero le diera más heno. -A nadie -reveló el mensajero.
-Eso cuadra perfectamente -asintió el Rey-pues esta jovencita también vio a
Nadie. Asi que, naturalmente, Nadie puede andar más despacio que tú.
-¡Hago lo que puedo! -se defendió el mensajero malhumorado. -¡Estoy seguro de
que nadie anda más rápido que yo!
-Eso no puede ser -contradijo el Rey-pues de lo contrario habría llegado aquí
antes que tú. No obstante, ahora que has recobrado el aliento, puedes decirnos
lo que ha pasado en la ciudad.
-Lo diré en voz baja -dijo el mensajero, llevándose las manos a la boca a modo
de trompetilla, e inclinándose para hablar en la misma oreja del Rey. Alicia lo
sintió porque también ella quería enterarse de las noticias. Sin embargo, en vez
de cuchichear, el mensajero gritó a todo pulmón: --¡¡Ya están armándola otra
vez!!
-¡¿A eso le llamas hablar en voz baja?! -gritó el Rey dando brincos y
sacudiéndose como podía. -¡Si vuelves a hacer una cosa así haré que te unten de
mantequilla! ¡Me ha atravesado de un lado a otro de la cabeza como si hubiese
tenido un terremoto dentro!
-Pues habrá tenido que ser un terremoto muy chiquito -pensó Alicia. --¿Quiénes
la están armando otra vez? -se atrevió a preguntar.
-¿Quién va a ser? -dijo el Rey-el león y el unicornio, por supuesto.
-¿Estarán luchando por la corona? -¿Pues y por qué si no? -respondió el Rey. Y
lo más gracioso del asunto es que la corona no es ni del uno ni del otro, ¡sino
que es la mía! ¡Corramos allá a verlos!- Y emprendieron la carrera, mientras,
Alicia se acordaba de la letra de una vieja canción:
El león y el unicornio por una corona siempre sin tregua se batían.
El león al unicornio por toda la ciudad una buena paliza le ha dado.
Unos les dieron pan y otros borona. Unos les dieron pastel y otros a tortas,
redoblando tambores, de la ciudad los echaron.
-¿Acaso..., el que..., gana..., se lleva la corona! -preguntó Alicia como pudo,
pues de tanto correr estaba perdiendo el aliento.
-¡De ninguna manera! -exclamó el Rey. -¡Dios nos libre! -Querría ser..., tan
amable..., -jadeó Alicia después de correr un rato más-de parar un minuto...,
sólo para..., recobrar el aliento?
-Tan amable, sí soy -contestó el Rey-sólo que fuerte no lo soy tanto. Ya sabes
lo veloz que corre un minuto. ¡Intentar pararlo sería como querer alcanzar a un
zamarrajo!
A Alicia no le quedaba ya aliento para seguir hablando de forma que continuaron
corriendo en silencio, hasta que llegaron a un lugar donde
se veía a una gran muchedumbre reunida en torno al león y al unicornio mientras
luchaban. Ambos habían levantado una polvareda tal que al principio Alicia no
pudo distinguir cuál era cuál; aunque pronto identificó al unicornio por el
cuerno que le asomaba.
Se colocaron cerca de donde estaba Hatta, el otro mensajero, que también estaba
ahí contemplando la pelea, con una taza de té en una mano y una rebanada de pan
con mantequilla en la otra.
-Acaba de salir de la cárcel y aún no había acabado de tomar el té cuando lo
encerraron -susurró Haigha al oído de Alicia-y allá dentro sólo les dan conchas
de ostra para comer..., de forma que está el pobre muy hambriento y sediento.
¿Cómo estás, mi hijito continuó dirigiéndose al sombrerero y pasándole el brazo
afectuosamente por el cuello.
El sombrerero se volvió y asintió con la cabeza, pero siguió ocupado con su té y
su pan con mantequilla.
-¿Lo pasaste bien en la cárcel, viejito querido? -le preguntó Haigha. El
sombrerero se volvió de nuevo, pero esta vez unos lagrimones le rodaron por la
mejilla; pero de hablar, nada.
-¡A ver si hablas de una vez! -le espetó impacientado Haigha. Pero el sombrerero
continuó mascando tan campante y sorbiendo su te.
-¡A ver si hablas de una vez! -le gritó el Rey. -¿Cómo va esa pelea? El
sombrerero hizo un esfuerzo desesperado y logró tragar un trozo bien grande de
pan y mantequilla que tenía aún en la boca.
-Se las están arreglando muy bien los dos -respondió, atragantándose-. Ambos han
mordido el polvo unas ochenta y siete veces.
-Entonces, supongo que estarán a punto de traer el pan y la borona -se atrevió a
observar Alicia.
Ahí está esperando a que acaben -dijo el sombrerero-; yo me estoy comiendo un
trocito.
Se produjo entonces una pausa en la pelea y el león y el unicornio se sentaron
en el suelo, jadeando, lo que aprovechó el Rey para darles una tregua,
proclamando a voces: -¡Diez minutos de refresco!
Haigha y Hatta se pusieron inmediatamente a trabajar pasando bandejas
de pan negro y blanco. Alicia se sirvió un poco para probar, pero estaba muy
seco.
-No creo que luchen ya más por hoy -le dijo el Rey a Hatta-, así que ve y ordena
que empiecen a doblar los tambores.
Y el sombrerero salió dando botes como un saltamontes. Durante un minuto o dos
Alicia se quedó en silencio, contemplando cómo se alejaba. Pero de pronto se
llenó de gozo: -¡Mirad! -exclamó, señalando apresuradamente en aquella
dirección-: ¡Por ahí va la Reina blanca corriendo por el campo! Acaba de salir
volando del bosque por allá lejos... ¡Vaya lo rápido que pueden volar estas
Reinas!
-La perseguirá algún enemigo, sin duda -comentó el Rey sin tan siquiera
volverse-. Ese bosque está infestado de ellos.
-Pero... ¿no va a ir corriendo a ayudarla? -preguntó Alicia muy sorprendida de
que lo tomara con tanta calma.
-No vale la pena; no serviría de nada -se excusó el Rey-. Corre tan velozmente
que sería como intentar agarrar a un zamarrajo. Pero escribiré un memorándum
sobre el caso, si quieres... ¡Es tan buena persona! -comentó en voz baja consigo
mismo, mientras abría su cuaderno de notas-. Oye, ¿«buena» se escribe con «b» o
con «v»? En este momento el unicornio se paseó contoneándose cerca de ellos, con
las manos en los bolsillos.
-He salido ganando esta vez, ¿no? -le dijo al Rey apenas mirándolo por encima
cuando pasaba a su lado.
-Un poco..., un poco... -concedió el Rey algo nerviosamente-. No debiste haberlo
atravesado de esa cornada, ¿no te parece?
-No le hizo el menor daño -aseguró el unicornio sin darle importancia, e iba a
continuar hablando cuando su vista se topó con Alicia; se volvió en el acto y se
quedó ahí pasmado durante algún rato, mirándola con un aire de profunda
repugnancia.
-¿Qué es... esto? -dijo al fin. -Esto es una niña -explicó Haigha de muy buena
gana, poniéndose entre ambos para presentarla, para lo que extendió ambas manos
en su
dirección, en característica actitud anglosajona-. Acabamos de encontrarla hoy.
Es de tamaño natural y ¡el doble de espontánea! -¡Siempre creí que se trataba de
un monstruo fabuloso! -exclamó el unicornio-. ¿Está viva?
-Al menos puede hablar -declaró solemnemente Haigha. El unicornio contempló a
Alicia con una mirada soñadora y le dijo: --Habla, niña.
Alicia no pudo impedir que los labios se le curvaran en una sonrisa mientras
rompía a hablar, diciendo: -¿Sabe una cosa?, yo también creí siempre que los
unicornios eran unos monstruos fabulosos. ¡Nunca había visto uno de verdad!
-Bueno, pues ahora que los dos nos hemos visto el uno al otro -repuso el
unicornio-si tu crees en mi, yo creeré en tí, ¿trato hecho?
-Sí, como guste -contestó Alicia. -¡Ala! ¡A ver si aparece ese pastel de frutas,
viejo! -continuó diciendo el unicornio, volviéndose hacia el Rey-. ¡A mí que no
me vengan con ese pan negro!
-¡Desde luego..., desde luego! -se apresuró a balbucear el Rey, e hizo una seña
a Haigha-: Abre el saco -susurró-. ¡Rápido! ¡Ese no..., no tiene más que heno!
Haigha extrajo un gran pastel del saco y se lo dio a Alicia para que se lo
tuviera mientras él se ocupaba de sacar una fuente y un cuchillo de trinchar.
Alicia no podía comprender cómo salían tantas cosas del saco. -Es como si fuera
un truco de magia-pensó.
Mientras sucedía todo esto, el león se reunió con ellos: tenía un aspecto muy
cansado y somnoliento y hasta se le cerraban un poco los ojos.
-¿Qué es esto? -preguntó, parpadeando indolentemente en dirección a Alicia y
hablando en un tono de voz huero y cavernoso que sonaba como si fuese el doblar
de una gran campana.
-¡A ver, a ver! ¿A ti qué te parece que es? -exclamó ansiosamente el unicornio-.
¡A que no lo adivinas! ¡Yo desde luego no pude hacerlo! El león contempló a
Alicia cansinamente. -¿Eres animal..., vegetal..., o mineral...?- preguntó,
bostezando a cada palabra.
-¡Es un monstruo fabuloso! -gritó el unicornio antes de que Alicia pudiera
contestar nada.
-Entonces, pasa ese pastel de frutas, monstruo -repuso el león, tendiéndose en
el suelo y apoyando el mentón sobre las patas-. Y sentaos vosotros dos también
(al Rey y al unicornio), ¡a ver si no hacemos trampas con el pastel!
El Rey se sentía evidentemente muy incómodo de tener que sentarse entre las dos
grandes bestias; pero no podía sentarse en ningún otro lugar.
-¡Qué pelea podríamos tener ahora por la corona!, ¿eh? -comentó el unicornio
mirando de soslayo a la corona, que comenzaba a sacudirse violentamente sobre la
cabeza del Rey, de tanto que estaba temblando. -Ganaría fácilmente -declaró el
león.
-¡No estés tan seguro! -replicó el unicornio. -¡Cómo! ¡Pero si te he corrido por
todo el pueblo! ¡So gallina! -replicó el león furiosamente, casi poniéndose en
pie mientras lo increpaba así. Al llegar a este punto, el Rey los interrumpió
para impedir que reanudaran la pelea; estaba muy nervioso y desde luego le
temblaba la voz. -¿Por todo el pueblo? -preguntó- pues no es poca distancia.
¿Fuistéis por el puente viejo o por el mercado? Por el puente viejo es por donde
queda la mejor vista.
-Yo sí que no sabría decir por donde fuimos -gruñó el león, echándose otra vez
por el suelo-. Hacía demasiado polvo para ver nada. ¡Cuánto tarda el monstruo
cortando ese pastel!
Alicia se había sentado al borde de un pequeño arroyo con la gran fuente sobre
las rodillas y trabajaba diligentemente con el cuchillo. --¡Pero qué fastidio! -
dijo, dirigiéndose al león (se estaba acostumbrando bastante a que la llamaran
«monstruo»)-. Ya he cortado varios trozos, pero ¡todos se vuelven a unir otra
vez!
-Es que no sabes cómo hacerlo con pasteles del espejo -observó el unicornio-.
Reparte los trozos primero y córtalos después. Aunque esto le parecía una
tontería, Alicia se puso de pie, obedientemente, y pasó la fuente a unos y
otros; el pastel se dividió solo
en tres partes mientras lo pasaba. -Ahora, córtalo en trozos -indicó el león
cuando hubo vuelto a su sitio con la fuente vacía.
-¡Esto sí que no vale! -exclamó el unicornio mientras Alicia se sentaba con el
cuchillo en una mano, muy desconcertada sin saber cómo empezar-. ¡El monstruo le
ha dado al león el doble que a mí!
-Pero en cambio se ha quedado ella sin nada -señaló el león-. ¿No te gusta el
pastel de frutas, monstruo?
Pero antes de que Alicia pudiera contestar comenzaron los tambores a redoblar.
Alicia no acertaba a discernir de dónde procedía tanto ruido, pero el aire
parecía henchido de redobles de tambor cuyo estrépito estallaba dentro de su
cabeza hasta que empezó a ensordecerla del todo. Se puso en pie de un salto y
acosada de temor saltó al otro lado del arroyuelo; tuvo justo el tiempo de
ver...
... antes de caer de rodillas y de taparse los oídos tratando en vano de
aislarse del tremendo ruido, cómo el león y el unicornio se ponían súbitamente
en pie, mirando furiosos en derredor al ver interrumpida su fiesta.
-¡Si éso no los echa a tamborilazos del pueblo -pensó para sí misma-ya nada lo
logrará!
"ES MI PROPIA INVENCION" Después de un rato, el estrépito fue amainando
gradualmente hasta quedar todo en el mayor silencio, por lo que Alicia levantó
la cabeza, un poco alarmada. No se veía a nadie por ningún lado, de forma que lo
primero que pensó fue que debía de haber estado soñando con el león y el
unicornio y esos curiosos mensajeros anglosajones. Sin embargo, ahí continuaba
aún a sus pies la gran fuente sobre la que había estado intentando cortar el
pastel. Así que, después de todo, no he estado soñando -se dijo a sí misma...- a
no ser que fuésemos todos parte del mismo sueño. Sólo que si así fuera, ¿ojalá
que el sueño sea el mío propio y no el del Rey rojo! No me gusta nada pertenecer
al sueño de otras personas -continuó diciendo con voz más bien quejumbrosa como
que estoy casi dispuesta a ir a despertarlo y ¡a ver qué pasa! En este momento
sus pensamientos se vieron interrumpidos por unas voces muy fuertes, unos gritos
de -¡Hola! ¡Hola! ¡Jaque! -que profería un caballero, bien armado de acero
púrpura, que venía galopando hacia ella blandiendo una gran maza. Justo cuando
llegó a donde estaba Alicia, el caballo se detuvo súbitamente-: ¡Eres mi
prisionera! -gritó el caballero, mientras se desplomaba pesadamente del caballo.
A pesar del susto que se había llevado, Alicia estaba en aquel momento más
preocupada por él que por sí misma y estuvo observando con no poca ansiedad cómo
montaba nuevamente sobre su cabalgadura. Tan pronto como se hubo instalado
cómodamente en su silla, empezó otra vez a proclamar: -¡Eres mi...! -pero en ese
preciso instante otra voz le atajó con nuevos gritos de-: ¡Hola! ¡Hola! ¡Jaque!
-y Alicia se volvió, bastante sorprendida, para ver al nuevo enemigo.
Esta vez era el caballero blanco. Cabalgó hasta donde estaba Alicia y al
detenerse su montura se desplomó a tierra tan pesadamente como antes lo hubiera
hecho el caballero rojo: luego volvió a montar y los dos caballeros se
estuvieron mirando desde lo alto de sus jaeces sin decir palabra durante algún
rato. Alicia miraba ora al uno ora al otro, bastante desconcertada.
-¡Bien claro está que la prisionera es mía! -reclamó al fin el caballero rojo.
-¡Sí, pero luego vine yo y la rescaté! -replicó el caballero blanco. -¡Pues
entonces hemos de batirnos por ella! -declaró el caballero rojo, mientras
recogía su yelmo (que traía colgado de su silla y tenía una forma así como la
cabeza de un caballo) y se lo calaba.
-Por supuesto, guardaréis las reglas del combate, ¿no? -observó el caballero
blanco mientras se calaba él también su yelmo. -Siempre lo hago -aseguró el
caballero rojo y empezaron ambos a golpearse a mazazos con tanta furia que
Alicia se escondió tras un árbol para protegerse de los porrazos.
-¿Me pregunto cuáles serán esas reglas del combate? -se dijo mientras
contemplaba la contienda, asomando tímidamente la cabeza desde su
escondrijo. Por lo que veo, una de las reglas parece ser la de que cada vez que
un caballero golpea al otro lo derriba de su caballo; pero si no le da, el que
cae es él..., y parece que otra de esas reglas es que han de agarrar sus mazas
con ambos brazos, como lo hacen los títeres del guiñol..., ¡y vaya ruido que
arman al caer: como si fueran todos los hierros de la chimenea cayendo sobre el
guardafuegos! Pero, ¡qué quietos que se quedan sus caballos! Los dejan
desplomarse y volver a montar sobre ellos como si se tratara de un par de mesas.
Otra de las reglas del combate, de la que Alicia no se percató, parecia ser la
de que siempre habían de caer de cabeza; y efectivamente, la contienda terminó
al caer ambos de esta manera, lado a lado. Cuando se incorporaron, se dieron la
mano y el caballero rojo montó sobre su caballo y se alejó galopando.
-¡Una victoria gloriosa! ¿no te parece? -le dijo el caballero blanco a Alicia
mientras se acercaba jadeando.
-Pues no sé qué decirle -le contestó Alicia con algunas dudas-. No me gustaría
ser la prisionera de nadie; lo que yo quiero es ser una reina. -Y lo serás:
cuando hayas cruzado el siguiente arroyo -le aseguró el caballero blanco-. Te
acompañaré, para que llegues segura, hasta la linde del bosque; pero ya sabes
que al llegar allá tendré que volverme, pues ahí se acaba mi movimiento.
-Pues muchísimas gracias -dijo Alicia-. ¿Quiere que le ayude a quitarse el
yelmo? -evidentemente no parecía que el caballero pudiera arreglárselas él solo;
pero Alicia lo logró al fin, tirando y librándolo a sacudidas.
-¡Ahora sí que puede uno respirar! -exclamó el caballero alisándose con ambas
manos los pelos largos y desordenados de su cabeza y volviendo la cara amable
para mirar a Alicia con sus grandes ojos bondadosos. Alicia pensó que nunca en
toda su vida había visto a un guerrero de tan extraño aspecto.
Iba revestido de una armadura de latón que le sentaba bastante mal y llevaba
sujeta a la espalda una caja de madera sin pintar de extraña forma, al revés y
con la tapa colgando abierta. Alicia la examinó con
mucha curiosidad. -Veo que te admira mi pequeña caja -observó el caballero con
afable tono-. Es de mi propia invención..., para guardar ropa y bocadillos. La
llevo boca abajo, como ves, para que no le entre la lluvia dentro. -Pero es que
se le va a caer todo fuera -senaló Alicia con solicitud-. ¿No se ha dado cuenta
de que lleva la tapa abierta?
-No lo sabía -respondió el caballero, mientras una sombra de contrariedad le
cruzaba la cara-. En ese caso, ¡todas las cosas se deben haber caído fuera! Y ya
de nada sirve la caja sin ellas. -Se zafó la caja mientras hablaba y estaba a
punto de tirarla entre la maleza cuando se le ocurrió, al parecer, una nueva
idea y la colgó, en vez, cuidadosamente de un árbol-. ¿Adivinas por qué lo hago?
-le preguntó a Alicia.
Alicia negó con la cabeza. -Con